Carlos A. Guerrero

Por Francisco N. García
Abogado – Prof. Secundario ICDP – Prof. Facultad de Derecho UNMDP

Suele decirse que las crisis son oportunidades, porque más allá de las consecuencias traumáticas que generan tienen como virtud mostrar la realidad de una forma cruda, dejando al desnudo falencias estructurales, y nuestras flaquezas como sociedad, lo cual nos debería permitir corregir rumbos, y más si estamos hablando de educación. De allí que resulta tragicómico que se pida no politizar la pandemia, cuando hay decisiones políticas, que generan consecuencias con relación a la educación en pandemia, en un contexto donde la pandemia se ha politizado a punto tal de que nos muestran cada avión que llega para cumplir con una obligación del estado que es suministrar vacunas.

Es por ello que el debate acerca de la vuelta a las aulas es más profundo que un slogan, y se debe abordar con la seriedad que el tema requiere, porque las consecuencias de la pandemia educativa son sin dudas graves dejando a muchos en el camino. Nuestro sistema educativo se sustentó históricamente en la igualdad, en el siglo XIX la ley 1420 a través de la educación pública obligatoria y laica busco igualar en el aula a argentinos, hijos de inmigrantes y distintas clases sociales, después fue Yrigoyen que vino con el guardapolvo blanco a eliminar diferencias entre quienes se encontraban en dichas aulas, como también la Reforma Universitaria del 18 que posibilitó el acceso a la educación universitaria, todas medidas troncales que convirtieron a las aulas en una especie de templos donde la educación igualaba y que durante mucho tiempo permitió una movilidad ascendente que nos distinguió como sociedad por sobre otros países y que permitió que la educación de calidad estuviera al alcance de todos.

La pandemia sin dudas profundizó las desigualdades educativas que Argentina viene sufriendo en los últimos veinte años, poniendo a la luz las mismas, demostrando que Argentina sigue con un sistema educativo pensado para iguales cuando no todos lo somos, y que claramente no puede acompañar las trayectorias educativas de todos sus integrantes, lo que requiere intentar construir un modelo que supla o complemente esa igualdad que nos permitía generar el aula.

Los esfuerzos docentes han sido denodados, convirtiendo a los mismos en acompañantes, tutores, seguidores, compañeros de charlas, y alentadores (con sueldos que no acompañan la inflación y ni hablar que sin plus salarial que cubra el trabajo a través de internet o telefónico que salía de sus bolsillos). Pero por más compromiso que se le ponga, sin dudas ello no alcanza cuando la desigualdad se manifiesta y se escurre por todos lados.

Padres que intentan acompañar el rol docente, chicos y chicas solos por el trabajo de sus padres, acceso desigual a la tecnología, tanto sea en cuanto a conectividad, como computadoras o teléfonos, dan como resultado que la suspensión de la presencialidad muestre aún más un sistema educativo que ya era desigual social y territorialmente. Estas brechas que se conocían pero que muchas veces eran superadas por los esfuerzos docentes dentro de un aula que muchas veces carecía de elementos y materiales, pero que sin dudas no solo igualaba, sino que permitía acceder a conocimientos a muchos alumnos que no contaban con esa posibilidad en sus hogares. No hay dudas que la no presencialidad agrava estas consecuencias y pone en claro que el volver a las aulas se convierte para muchos en la única posibilidad de aspirar a un sistema educativo igualitario.

Las desigualdades que atraviesan nuestro sistema educativo condenan a muchos sectores a una situación de mayor desventaja escolar, ya que las diferencias económicas, sociales, culturales, emocionales, digitales que la pandemia evidenció puso en claro que esa falta de acceso a recursos tecnológicos, se da en el ámbito familiar, y también en el escolar. Durante el 2020 y lo que va del 2021 surge que hay sectores que no sintieron el paso de la educación presencial a la virtual; mientras que en otros encontramos docentes desbordados, espacios familiares supliendo entornos escolares; preceptores y directivos que buscan contactar a alumnos que están fuera del sistema, que no se conectan, o que no tienen la posibilidad. Si bien existen puntos medios de estas situaciones, hay una realidad inobjetable y es que muchas de esas desigualdades que experimentan familias, alumnos e incluso instituciones educativas en muchos casos eran equiparadas por la presencialidad.

Más allá de la discusiones que puedan darse está comprobado que los chicos no se contagian en las escuelas, sino en otros lugares, por lo que resulta increíble la situación que se vive en muchos lugares donde se mantienen fases que impiden la presencialidad escolar pero no otras actividades sociales, y para colmo no podemos desconocer que venimos de un año y medio en donde en educación se plantea “priorizar” contenidos, comprender situaciones, reducir tiempo de clase, y se anuncian programas para recuperar contenidos que no llegan ni llegarán, y que solo son meros enunciados de difícil puesta en práctica por los tiempos de alumnos, familias, docentes, e instituciones.

Entonces el volver a las aulas es mucho más que un reclamo y un pedido, significa poner en valor la función de la escuela como instrumento de oportunidades, de futuro, de movilidad social, y ello claramente es politizar las discusiones y los debates, porque estos son los temas para politizar, y no si un avión viene o cuantos carnets o fotos nos sacamos para agradecer a un gobernante que sencillamente cumple su función.

La educación debe recobrar un rumbo que perdió hace muchos años, porque en el camino hay alumnos que se caen del sistema, de allí que resulta crucial que se recupere como herramienta para garantizar la transmisión y adquisición de conocimientos profundos y relevantes para todos los estudiantes, y que se ve amenazada por las formas de segregación, desvinculación y expulsión que lo atraviesan. La educación a nivel colectivo debe contribuir en generar la independencia de los más desfavorecidos, porque resulta contradictorio que modelos que se definen como progresistas terminan condenando con sus decisiones justamente a quienes dicen amparar.

La educación debe volver a cumplir en nuestro país su rol igualador, pero para eso hace falta presencia y contacto físico, compartir espacios, garantizar las formas de interacción que requieren los procesos de transmisión cultural, ya que esa presencia e intercambio que se da fuera del espacio familiar es vital para darles la posibilidad de visualizar otras realidades, lo que se logra con instituciones y docentes que generen ámbitos de aprendizaje y de cuidado, ya que ellos son esenciales en este debate como actores críticos y reflexivos. La situación además exige políticas educativas que deberán ser acompañadas por otro tipo de políticas para superar también todas las desigualdades generadas fuera del espacio escolar.

La realidad nos muestra que en nuestra sociedad desde hace años se reproducen desigualdades tanto económicas, laborales, de vivienda, como de oportunidades, que exceden a la Educación, pero lo que no podemos permitir es que las instituciones educativas dejen de ser esa institución que brindaba un espacio de protección y derechos para niños y jóvenes. El aula implica garantizar igualdad de condiciones para alumnos y familias, por eso volver al aula significa mucho más que un reclamo, implica devolverles a muchos sencillamente la posibilidad de soñar en un futuro mejor.