Carlos A. Guerrero

basuraPor Boris A. Stankievich*

Entre tanta queja y protesta de los vecinos, va quedando en claro que los problemas que nos acucian, giran alrededor de la falta de mantenimiento de las calles, la inseguridad, el foco de la esquina, la mala atención en tal o cual oficina municipal. De lo que nadie (o casi nadie) se queja es del deterioro ambiental; de ese que está a la vista, pero también del que está fuera del alcance de nuestros ojos. Y la realidad es que más allá de los arrabales de nuestras ciudades, lo suficientemente lejos como para que nuestra sensibilidad no resulte herida, se accede a una dimensión escalofriante: hombres, mujeres y niños revolviendo montañas de basura, perros de todo tamaño y pelaje viviendo, comiendo, reproduciéndose y muriendo sobre la inmundicia. Y cientos de miles, tal vez millones, de ratas que viven en ese mundo suburbano que hemos creado a la medida de ellas.

Parafraseando a Domingo Faustino Sarmiento, que en referencia a la cultura desarrollada en nuestras Pampas, habló de una “civilización del cuero”, podemos aseverar que vivimos en una verdadera “civilización del packaging”: un sistema económico – que por extensión impregna completamente nuestra cómoda forma de vida- donde los envases y envoltorios, plásticos en su inmensa mayoría, solucionan y dan practicidad a nuestra cotidianeidad. Al extremo de que no pocas veces es más importante el continente que el contenido. El packaging “vende”. Una civilización amiga de lo descartable. Y si nos tomamos la (asquerosa) molestia de examinar el contenido de nuestra bolsita de residuos, veremos que una buena parte del contenido que estamos a punto de enviar al “espacio exterior”, es decir fuera de nuestra vista, son plásticos de extraordinaria durabilidad en el tiempo, restos de comidas, pañales descartables, cartones, papel, vidrio, botellas de plástico, latas, lámparas quemadas, envases de aerosoles y unas cuantas menudencias más. Pero también nos deshacemos de aceite de motor y filtros, de neumáticos, bidones de agroquímicos, telgopor, aparatos electrónicos y electrodomésticos. Entonces nos basta con sacar todo eso a la calle, que pase el servicio de recolección de residuos y lo aleje de nuestra vivienda. Con eso hemos solucionado “lo nuestro”.

Algunas décadas atrás, las sociedades desarrolladas alcanzaron niveles de consumo exorbitantes, producto del descubrimiento de mejoras en los procesos industriales, una bonanza económica en apariencia interminable y la paulatina adquisición de un estilo de vida despreocupado del cuidado del Medio Ambiente. Recién en los años 70 comenzarían a encenderse tímidamente las primeras luces de alarma: aquello que en principio fue extravagancia conservacionista llegó a ser, ya en los 80, decidida y comprometida actitud de defensa del Medio Ambiente. Lamentablemente nuestra sociedad perdió también ese rumbo.

Treinta años después, cada una de nuestras ciudades, grandes y pequeñas, tiene su basural a cielo abierto (la peor de las soluciones en materia de disposición de la basura). Peor aún: innumerables basurales clandestinos brotan como hongos en terrenos baldíos, fábricas cerradas y cunetas a la vera de los caminos de la periferia urbana.

Conocer la opinión de la inmensa mayoría de los vecinos dejaría la impresión de que estamos todos a favor del Medio Ambiente. ¿Quién diría lo contrario? Los hechos indican que en realidad estamos “decorados” con un barniz de conciencia ambiental, lo suficientemente útil como para despreocuparnos acerca del daño que producimos con los deshechos y que es evidente la falta de información, educación y compromiso de nuestras poblaciones urbanas, respecto de la gestión ambiental. La Sociedad de Consumo agrega lo suyo: productos en apariencia “amigables” con el Medio Ambiente y el cumplimiento de los rituales ecologistas que tranquilizan nuestras conciencias.

Ante semejante desatino y en tiempos electorales, no se me ocurre nada mejor que llamar la atención acerca de la magnitud del daño irreparable que estamos ocasionando sobre nuestro propio hábitat: la forma imprudente en que contaminamos el agua, el aire y el suelo, que nos nutren y cobijan. Y creo que es imprescindible que haya una “hoja de ruta”, concertada entre las diferentes fuerzas políticas, con el objetivo de diseñar y ejecutar una adecuada gestión ambiental que ponga remedio al deterioro.

Buena parte del proceso para revertir el actual estado de cosas ya ha sido llevado a cabo con éxito por otras sociedades: la generación responsable de residuos, la separación en origen, a fin de reciclar y reutilizar todo lo que más se pueda. La reducción de los residuos orgánicos, generando compost, evitar envoltorios innecesarios y sancionar moral y económicamente a quienes promueven hábitos de consumo reñidos con lo sustentable. Y la disposición final de la basura en enterramientos controlados, con las precauciones que demandan las sustancias que envenenan el suelo y el agua (que luego saldrá de nuestras canillas).

Necesitamos del compromiso ciudadano y las decisiones políticas para encarar la cuestión. No es pequeño el desafío; pero vale la pena. Nos pondrá a salvo de los contaminantes que generamos. Y será parte del legado que dejemos a los que vengan.

*Profesor de Educación física, Kinesiólogo. Reside en Lobería.